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Entrevista a Néstor García Canclini - Cibernética, conocimiento y poder

Entrevista a Néstor García Canclini (*)

Por Diego Lizarazo Arias

 

La categoría de  “sociedad de la información” se ha convertido en los últimos años en un principio descriptivo transversal de la sociedad tecnológica. ¿Cuál es su perspectiva respecto a esta categoría? Resulta necesario preguntarse si dicha noción  aún tiene un potencial explicativo o si enfrentamos un proceso de desgaste y pérdida de su poder para describir los fenómenos contemporáneos. Sospecho igualmente que en dicha noción se articula un componente semántico-ideológico que apunta hacia una gran utopía de la modernidad. Me gustaría conocer también su opinión respecto al contraste entre dicha categoría y la de “sociedad del conocimiento”. Viene al caso preguntarse en esta dirección por las distinciones entre información, conocimiento y sabiduría; recuerdo el libro de Luis Villoro “Creer, saber, conocer en el que establece una diferenciación me parece muy atinadaentre conocimiento y sabiduría.

“Sociedad de la información” quizás es la primera noción que apareció cuando comenzó a avanzar el mundo digital y pasamos de la segunda generación de medios audiovisuales, como la radio, la televisión o el cine, a estos otros medios de lo electrónico, la digitalización y la binarización de la información que se volvieron decisivos. Esta noción persiste, autores muy significativos aún hablan de la sociedad de la información, pero a mí me parece preferible la noción de “sociedad del conocimiento” porque el conocimiento abarca más procesos que no son reductibles a lo informatizable. En un sentido amplio —como antropólogo— hay que decir que toda sociedad ha sido sociedad del conocimiento, en toda agrupación humana ha habido formas de conocer, de representar la realidad, de investigar con metodologías muy sofisticadas —como lo demostró hace mucho tiempo Lévi-Strauss en sus registros en El pensamiento salvaje—, así como de organizar ese conocimiento de un modo transmisible a las nuevas generaciones,  instrumentable a través de técnicas.

¿Qué hay de nuevo en esto que se llama sociedad de la información?, un modo de organizar y comunicar los saberes que parece simplificar y ampliar enormemente el horizonte de lo cognoscible. Es indudable que esa expansión del horizonte se ha producido, basta entrar a Wikipedia para darnos cuenta de que podemos adquirir en pocos minutos mucho más conocimiento de lo que llevaría recorrer una biblioteca, pero —como decía Umberto Eco— Wikipedia es una biblioteca muy desordenada, la manera relativamente arbitraria en que se han subido, ordenado y jerarquizado o simplemente presentado en forma caótica saberes, referencias, datos de aquí y allá, muestra que es necesario un editor, alguien que en función de alguna concepción o varias concepciones del saber y del conocimiento ponga sentido a la información.

Como sugerías, sí hay una utopía detrás de esta idea de sociedad de la información, la de que todo puede ser reductible a bits, a un conjunto de datos, incluso el cuerpo humano, la naturaleza y desde luego los hechos sociales. Si bien hemos logrado capturar de un modo mucho más sofisticado pero a la vez quizá más sencillo que la vieja estadística o que los modos anteriores de organizar el conocimiento obtenido de los medios digitales, accediendo más rápidamente a cierta intertextualidad y vinculando referencias anteriormente desconectadas, esta abundancia también ha vuelto caóticos los marcos teóricos conocidos, aunque no innecesarios. Un dilema epistemológico actual es que no contamos con un paradigma ni con una narrativa —para usar una noción más reciente— que organice satisfactoriamente el conjunto de saberes que hoy están en interacción  —y no me refiero sólo a los que pasan por las computadoras, sino a los que también atraviesan experiencias difícilmente cuantificables o reductibles a un esquema binario.

En la antropología nos hemos preguntado muchas veces en qué medida lo que conocemos es ordenable en la gráfica o en un sistema de cuantificación y en qué medida hay una variedad de experiencias difíciles de asir. Me parece que no sirve ya la posición reactiva de tipo espiritualista o idealista que ve algo inconmensurable en la vida humana, en el espíritu, imposible de conocer, expresado sólo poéticamente, pero tampoco se puede caer en el riesgo opuesto de pensar que todo es reductible a informatización, a bits, a datos cuantificables.

Menciono estos dos extremos porque no son sólo maneras de acceder a la información, a los hechos biológicos y sociales, esta nueva situación del saber ha problematizado conceptos que antes nos parecían satisfactorios. Nociones como “libertad” y “creatividad” habían permitido escapar de determinismos, sin embargo hoy resultan deficientes para entender procesos que no son previsibles en la historia: un año antes de 1989 nadie pudo prever la caída del Muro de Berlín; hace pocos meses nadie anunció esta serie de impugnaciones al poder en los países árabes —bastante eficaz— porque no se tenía conocimiento sistemático suficiente —y aunque lo hubiera habido por parte de la diplomacia, era muy difícil prever los comportamientos de actores sociales “libres” o con aquello que nosotros llamábamos “libertad” y hoy debemos entender con otras nociones aún por crear.

Retomando el asunto de que información no es lo mismo que conocimiento como usted bien lo ha señalado y pensando en la diferencia que Villoro hace entre conocimiento y sabiduría, ¿qué decir al respecto? Tenemos acceso a una multiplicidad de datos de forma eficiente, muy rápida, pero esto no significa que las personas en las distintas experiencias sociales, en los distintos campos institucionales, tengan efectivamente más conocimiento porque no sabemos si lo procesan y tampoco cómo lo hacen.

Por otro lado, existe un elemento de carácter axiológico en el que estas amplias posibilidades de información, de recursos para generar procesos de conocimiento, puedan o no representar sociedades más sabias, en términos de ser capaces de distinguir entre lo superficial y lo que tiene sentido, de plantear un proyecto humano, de responder preguntas sustanciales.

El riesgo es reducir las interacciones sociales, esencialmente las interpersonales, a aspectos superficiales aparentes desde una perspectiva informacional. Parecería que la distinción hecha por varios autores a fines del siglo XIX y principios del XX —Marx, Freud, Nietzsche— entre lo aparente o manifiesto y por atrás lo inconsciente, lo ocultado, se hubiera vuelto inútil. Sin embargo, eso sigue ocurriendo y lo podemos ver incluso en las interacciones hechas a través de la red. Hemos adquirido mucha perspicacia para descubrir en una comunicación electrónica sin imagen los supuestos de quien nos habla, lo que dice por debajo, pero muchos de esos supuestos todavía forman parte de estructuras culturales no visibles, aun en el caso de una comunicación por Skype donde podemos ver el rostro del otro aportando algo más de información de lo que nos da la simple comunicación verbal o escrita, dicha información nos resulta insuficiente para entender su contexto: ¿con quién más está interactuando al hablar con nosotros?, ¿a quién más le está diciendo lo que dice? En sociología política se menciona continuamente, los presidentes hablan al mundo en una sesión de Naciones Unidas, por ejemplo, pero una buena parte de sus mensajes está dirigida a la clientela interna del país, a los partidos políticos de su propia nación, aunque no los busquen como interlocutores expresos. Un psicoanálisis nos diría que cuando hablamos con nuestra pareja estamos hablando con nuestros padres, con nuestros hijos, con parejas anteriores.

Ese conjunto de implícitos en la conversación no es asible en la experiencia digital —como tampoco lo es en una simple relación interpersonal—. Y la dificultad es que hoy en día no actuamos sólo dentro de una cultura nacional —aunque casi todas las culturas son nacionales e incluyen a varias culturas—, sino entre muchísimas sociedades desconocidas entre sí. Gran parte de los conflictos internacionales son resultado del desconocimiento. Por eso me parece que la noción de “sociedad de información” no sólo debe ser enriquecida con la de “sociedad del conocimiento”, sino con la que algunos llamamos “sociedad del desconocimiento”, hacer presente en el acto de saber y de interactuar con nosotros aquello que desconocemos, tomarlo en cuenta; ¿cómo podemos hacerlo presente si lo desconocemos?, teniendo la apertura para imaginar que hay otras variables jugando en la interacción.

Esto me hace plantear dos interrogantes: una de orden socioantropológico y otra de orden hermenéutico, aunque ambas se conectan entre sí, sobre todo considerando el terreno de la Internet. El problema socioantropológico de ¿cómo podemos encontrarnos?, ¿cómo podemos generar la conversación en este nuevo escenario donde participamos en procesos de comunicación mediados cibernéticamente, en una sociedad multicultural que aspiraría, digamos, a un efectivo diálogo intercultural?

Respecto al problema hermenéutico, me viene a la memoria el planteamiento del teólogo alemán Friedrich Schleiermacher, que a mi parecer plantea un asunto clave, decía que en realidad los procesos de interpretación han de partir no de la comunicación sino de la “mal comprensión”. Ordinariamente suponemos que nos comunicamos, y ese supuesto de comunicarnos obstruye, precisamente, el encuentro con ese otro que en principio es un territorio ignoto lo cual concuerda con su idea sobre el desconocimiento. Partir del reconocimiento de que  en realidad no entiendo al otro constituye una actitud ética, epistemológica y política. Me pregunto entonces ¿cómo esa actitud ética, que básicamente se funda en una actitud personal, se puede convertir o puede escalar a un criterio de orden más amplio, social, perfilado como una racionalidad política?

En cuanto hablamos de una racionalidad política aparece la cuestión del poder, y eso nos lleva a un segundo paso. Hay un primer paso, éste que estás mencionando, el que pasa de la información al conocimiento; un segundo paso sería el del conocimiento a la comprensión del otro, entender que las relaciones entre actores son relaciones interculturales aun cuando se esté dentro del mismo país, la misma ciudad y se hable la misma lengua. Cada uno de nosotros tenemos una constelación de referencias culturales que no es enteramente compartida con el otro, y eso genera malentendidos.

Si la cuestión se acabara aquí sería relativamente sencilla, pero hay que agregar el hecho de que muchas de las interacciones humanas no se hacen para conocer, comprender y comunicarse con el otro de un modo pacífico, sino para buscar su dominación o tratar de evitar el sometimiento. La mayoría de las grandes potencias actuales no está interesada en la democracia. Esto puede parecer una afirmación rotunda, pero cuando uno ve los comportamientos imperialistas de muchos países —Rusia con sus ex satélites, Estados Unidos con casi todos los continentes, China siendo un imperio aún medio en secreto del que no se sabe bien hasta dónde quiere llegar y para qué—, se da cuenta de que todos actúan en función de estructuras de poder y no admiten una democracia integral ni tienen como objetivo democratizar progresivamente sus sociedades.

Vivimos una época de regresión democrática, y esto es un proceso complejo que, me parece, tiene como principal causa la descomposición neoliberal, la incapacidad del neoliberalismo de leer y hacer sustentable las sociedades. Pero en realidad es multicausal, entre esas otras causas también debemos mencionar lo digital, estamos en un mundo donde la rápida expansión de las comunicaciones, redes sociales y formas de obtener información asusta a los poderes que reaccionan seccionando la conexión a Internet o censurando ciertos sitios en la red. Y no es sólo China o Cuba, países occidentales como Francia —donde se originó la democratización en el sentido occidental— también están actuando con extrema severidad contra sus internautas: bajo el pretexto de combatir la piratería pretenden proteger ciertos poderes mediáticos y empresariales, además tratan de tener mayor conocimiento sobre las interacciones entre los internautas por temor a los resultados; desde su aparición, hace cinco o seis años, hemos visto que las redes sociales tienen una potencia de perturbación capaz, a veces, de hasta hacer caer un gobierno, como ocurre ahora en el mundo árabe.

Nos encontramos en una situación en la cual no se trata sólo de conocer y de comprender al otro, sino de expandir poder o de defender posibilidades de autogeneración social. En países más o menos democráticos que no tienen proyectos expansivos ni gran capacidad para ejercerlos, como es el caso de México y en general de los países latinoamericanos, salvo Brasil, ¿qué posibilidad hay de autogenerar lo que queremos ser sin someterlo a reglas de comercio internacional que impiden hacer, con el juego entre salarios, trabajo, mercado y otros factores, una decisión propia? Nos convertimos en transcriptores de decisiones tomadas en lugares anónimos, ignotos y muy enigmáticos, porque… ¿qué es el mercado?, es tan incognoscible como Dios.

Como sabemos, la Internet fue creada bajo una lógica de descentramiento para encarar una guerra a través de un sistema comunicativo que no pasase por un centro; sin embargo, hoy en día, poderes de diversa índole, incluyendo las grandes corporaciones de la propia Internet o de gobiernos, ejercen presión buscando modelos de concentración. En este sentido me parece importante preguntarnos sobre la perspectiva a futuro de esta paradoja entre el descentramiento estructural de la red y los procesos de concentración que buscan tales poderes.

Por otro lado, al comenzar el año presenciamos un proceso de recusación pública hacia Ben Ali y su familia a través de las redes sociales, cuya presión fue tal que terminó por derrocar al entonces gobernante tunecinoWikileaks dio a conocer información puntual sobre su oprobioso enriquecimiento. Después se vino una secuencia de procesos comunicativos y políticos de una envergadura comparable a los procesos revolucionarios del 68. Esto nos obliga a repensar la relación entre información y poder, porque al parecer visibilizar los actos del poder, como lo hicieron estos movimientos contemporáneos, es una forma de ejercer resistencia y poner en juego un efectivo y difuso contra-poder. Es decir, al parecer en la sociedad de la información las confrontaciones, los conflictos en torno al poder se juegan en el orden de la visibilización y la clarificación.

Para entender un poco este juego, esta tensión entre concentración-desconcentración- nuevas formas de concentración del poder, basta mirar lo que ocurre en las nuevas industrias culturales. En los últimos treinta años hemos vivido un proceso de concentración muy acelerado por parte de las principales industrias culturales: cuatro medios manejaban hace diez años noventa por ciento del mercado musical mundial, existen dos o tres grupos editoriales que concentran la mayor parte de lo que se edita y distribuye en el mercado en español además de las cadenas de librerías. Sin embargo, todos estos grupos empresariales están desesperados, han expresado explícitamente que se debe combatir la piratería porque las descargas libres de música, de libros y revistas en sitios de Internet erosionan su negocio. Pero plantean el aspecto más superficial del asunto y vemos que cuando logran convencer a los gobiernos  para ejecutar leyes de censura y represión, algunas veces éstas fracasan inmediatamente, como si la interacción en las redes desbordara, en horas, lo logrado por las leyes y las policías al respecto.

Pero tampoco sería sensato pensar en el triunfo de la descentralización comunicacional como una finalidad inexorable de la historia, más bien lo que el juego actual nos está enseñando es que, por un lado, todavía hay grandes poderes en la industria cultural y comunicacional muy concentrados, con capacidad de ahogar a los pequeños; por otro, que los grupos alternativos y las redes o flujos perseguidos o atacados parcialmente por las industrias empresariales también tienen dificultades para sobrevivir —Assange escapa disfrazado de monja o de viejita por las fronteras, Wikileaks pide auxilio a otros grupos como Anonymous.

No obstante su poderosa capacidad de develar lo ocultado, las redes de solidaridad entre internautas son muy frágiles porque son muy grandes tanto la concentración económica de las empresas como la dificultad para soportar lo develado en los movimientos sociales; no hay redes que se agoten en lo digital, todas tienen soportes sociales concretos, grupos organizados pertrechados en ciudades donde existe mayor posibilidad de ser protegidos —si hay un partido Verde en Suecia o un partido Pirata que los proteja y los defienda, van a buscar ese espacio territorialmente definido—. Todavía existen estas interacciones entre lo territorial y lo global, entre lo local espacialmente determinado y los flujos más difusos, pero es una pelea que no está ganada por nadie y que ni siquiera es previsible en su desarrollo. Estando a favor de las descargas libres, por lo menos bajo las formas de Creative Commons, yo no veo que a través de la simple expansión de lo digital podamos transformar las sociedades si no tenemos también movimientos sociales ligados al trabajo, a la producción de objetos materiales, a las comunicaciones de interacción cara a cara, a otras formas de credibilidad, de confianza, de solidaridad que se dan  —y continuarán dándose— fuera de las redes.

Borges plantea en un maravilloso texto “El rigor de la ciencia” una paradoja y una interrogación profunda por el sentido de la técnica: la posibilidad de aquel pueblo remoto de producir un mapa tan grande como el territorio. A partir de allí Baudrillard construye, deshaciendo y violentando la metáfora de Borges, una exitosa teoría de la simulación que hace eco en todo el pensamiento posmodernista, según la cual nuestra sociedad es ya la extinción del territorio por el establecimiento del mapa sobre el vacío. Pero por sus excesos la teoría parece incapaz de reconocer la relación entre los procesos de desterritorialización y reterritorialización que forman parte  de la dinámica social y humana de nuestro tiempo. Hemos de vivir en mundos a la vez altamente infográficos, virtuales; y en horizontes densamente fácticos. Se trata de dos dimensiones de la experiencia que hemos de lidiar y conciliar.

Lo que está cambiando es el sentido, aunque nos territorializamos y desterritorializamos ninguna de las dos tendencias puede eliminar a la otra. El juego de Baudrillard con los simulacros se volvió cada vez más una regresión coqueta y juguetona a medida que avanzaba su obra, sin el rigor de sus dos primeros libros, El sistema de los objetos y la Crítica de la economía política del signo, muestra los riesgos de extremar el supuesto de que todo es simulacro, hay una necesidad de confianza de reconocer formas parciales de verdad o formas transitorias de verosimilitud, que todos tenemos y que son indispensables para la existencia de un pacto social.

¿Está cambiando el sentido de los procesos de desterritorialización y reterritorialización?, ¿cómo está cambiando?

Por una parte porque hace diez, quince años hablábamos de procesos de desterritorialización en las fronteras entre las naciones —yo mismo lo escribí en Culturas híbridas respecto a la frontera de México-Estados Unidos, y hoy tendría que formularlo de otro modo porque la desterritorialización que está ocurriendo en esa frontera tiene que ver con otras formas de transición interfronteriza en las que México y Estados Unidos están comprometidos. La frontera sur de México no es sólo con Guatemala sino con toda Latinoamérica, como lo vemos en el caso patético de los migrantes de muchos países latinoamericanos que atraviesan México para llegar a Estados Unidos bajo el riesgo de ser secuestrados y extorsionados con tácticas muy distintas—. Luego, porque en los procesos de comunicación digital internacional, sea como usuarios de una página web o como habitantes de Facebook, inmediatamente empezamos a interactuar con gente con la que deseábamos hablar, no imaginábamos poder hacerlo o no era de nuestro interés relacionarnos. Todo ese ruido, ese desborde, crea una desterritorialización mucho más abierta, que a la vez tratamos de limitar porque no podemos con tanta diseminación, estamos en una etapa distinta de la que había cuando aparecieron las redes sociales y era imposible pensar no estar en ellas, so pena de no existir, de ser invisible. Hoy sabemos que muchos se bajan de las redes sociales —incluso grandes expertos como Carr—, porque le descubren límites, la imposibilidad de seguir actuando allí todo el día. En una entrevista para El País publicada esta semana, Carr confirmó su interés por la Internet y las redes sociales, pero también expresó la necesidad de tener espacios fuera de ellas para concentrarse y leer libros. Allí es donde, me parece, vemos procesos que no están siendo entendidos por los grandes empresarios  de las industrias culturales, quienes ven una simple oposición entre el libro en papel y la reproducción digital de la información o del entretenimiento, no ven la continuidad y las diferencias entre las películas en las salas —que seguirán existiendo— y los videos o las descargas libres de filmes.

Me parece que nos encontramos en una nueva etapa de la comunicación, de la propiedad intelectual y, por lo tanto, de las maneras de interrelacionarnos y de poner límites a la diseminación en la que estamos sumergidos. Hay regresos impensables, no podemos imaginarnos un mundo ya sin Internet, pero sí podemos elegir subir a una u otra red, o no estar en ninguna, o estar sólo en el correo electrónico; podemos llevar siempre nuestra oficina en el celular o decidir tenerla en un lugar territorialmente establecido sin convertirnos en autoexplotados las 24 horas del día.

Justo en ese sentido yo preguntaría si esa posibilidad podría darse plenamente en las condiciones de las sociedades contemporáneas, es decir, de alguna manera ser ciudadano en estos días exige cada vez mayor participación en dichos sistemas informativos cada vez resulta más difícil ser estudiante o profesor hoy en día si no tengo correo electrónico y formas de acceso a Internet. Es una paradoja porque aparentemente las reglas políticas definen que todos los ciudadanos contemporáneos tenemos iguales derechos, estemos o no informatizados, pero los ejercicios ciudadanos, las posibilidades como individuos están cada vez más comprometidos con todos estos sistemas informativos, y eso plantea un límite significativo y un problema sociopolítico sustancial. ¿Cómo ejercer plenamente tus derechos como ciudadano en la sociedad contemporánea si no cuentas con recursos tecnológicos y simbólicos para participar de las redes informáticas? Otra  implicación importante es que estas redes son efectivamente redes en las que el individuo se representa. Me gusta jugar con la idea de que devenimos de alguna manera en imagen porque es un proceso de figuración de nosotros mismos en ese espacio clónico cibernético en el que nos vemos como sociedad. De cierta forma también nuestras posibilidades de oscurecimiento, de anonimato, de singularidad, de intimidad se ven progresivamente comprometidas, el derecho a la intimidad, la privacidad, a ser desconocidos está en conflicto con la exigencia social de visibilización para ser sujetos sociales. Este es un problema sobre el que me gustaría conocer su opinión.

Una cuestión central es el marco a partir del cual debemos leer esto, y me parece que un texto extraordinario para ello es El nuevo espíritu del capitalismo de Boltanski y Chiapello donde se analizan los cambios en la producción de lo que llaman “el capitalismo conexionista”, este capitalismo al que para pertenecer se debe estar conectado digitalmente, tener habilidades para intervenir en modo más desmaterializado —aunque no enteramente desmaterializado de producción—. En la literatura sobre estos temas generalmente se tiende a hablar de inclusión y exclusión —o uno pertenece y está incluido o se queda fuera—, Boltanski y Chiapello tratan de recuperar la noción de explotación para poder entender lo que está ocurriendo, exponen como ejemplo al ciudadano conectado que viaja, anda siempre con su celular, con su computadora, trabaja a distancia, pero que necesita a alguien en el escritorio de su oficina, en la cuidad donde está la base de su empresa o universidad para darle órdenes que a su vez esa persona, secretaria, técnico, ejecutará materialmente en un lugar físico identificable. Esto, afirman, implica jerarquías, relaciones asimétricas de poder, desigualdades; en última instancia, explotación. Por tanto, se debe repensar la noción de explotación como algo más que la simple inclusión o exclusión, insinúan algo que después otros autores desarrollarán, y es que la mayor conexión no es sinónimo de liberación, de emancipación de la explotación, también puede ser una forma de sujeción, especialmente en estas grandes sociedades anónimas llamadas empresas donde ya no hay dueño como en la época de Ford —el apellido del señor tenía el nombre de la empresa y a la inversa—. En ellas muchos sujetos interactúan en un alto grado de anonimato, los gerentes son evaluados una y otra vez, varias veces al año, desplazados, reemplazados por otros, la maquinaria sigue existiendo y no hay sujetos históricos claros —ni el dueño de la empresa ni el presidente de la nación—; ninguno de los otros sujetos históricos, clases, etnias tradicionalmente identificados.

Por tanto, dos operaciones importantes: la primera, saber la forma en que cada uno o cada grupo social gestiona la relación entre lo que es territorial propio de sí mismo y lo que se pierde en un flujo desterritorializado; la segunda, identificar responsables. Una de las preguntas clave en este momento es cómo contrarrestar el alto proceso de desresponsabilización social  en el que vivimos, esta experiencia cotidiana de solicitar por teléfono un servicio o efectuar una queja y ser atendidos por una contestadora automática que siempre nos manda a otra contestadora y ésa a otra, donde vamos eligiendo entre el 1, el 2, el 3 y el 4, según lo buscado, sin poder hablar con una persona, y si corremos con suerte y lo hacemos, dos meses después esa persona ya no siguió nuestro trámite porque fue cambiada de lugar o hasta de país, ¿quién se hace responsable? Entonces hay un juego entre construcción de sujetos sociales y responsabilidad hacia los otros que está por resolverse, en esta situación de desresponsabilización no hay capitalismo ni sociedad posibles, y al parecer muy pocos quieren darse cuenta de ello.

Es permitir e incluso asumir esas categorías psicoanalíticas de  aparición-desaparición en otro horizonte, porque es la dinámica de quién puede desaparecer y quién tiene que aparecer, digamos que plantea la lectura sociohistórica.

Sí, pero no son sólo categorías psicoanalíticas también son categorías políticas duras, pesadas, la noción de desaparecido durante los años 70 en muchos países se volvió sinónimo de desaparecido político, de reprimido, al extremo de no hallar su cuerpo. La noción de desaparecido en un mundo digital tiene otro significado —aunque sigue habiendo desaparecidos de los que te comenté hace un instante—, hoy en día es desaparecido en tanto no identificado, alguien que no sabemos quién es —de hecho, ¿dónde estás? es la primera pregunta en muchas lenguas que los usuarios del celular se hacen entre sí, según han señalado estudiosos de este tema, queremos saber algo de lo que sólo el teléfono fijo nos da certeza: el lugar donde se encuentra nuestro interlocutor.

Digamos que hay dos lados del potencial tecnológico: por una parte esta dinámica de desaparición-descentramiento y por otro lado un exceso de localización que pone en juego la posibilidad de saber dónde está todo aquél con quien yo hable; lo cual posee un carácter fuertemente político y pasa por el poder quien tiene efectivamente el poder de desaparecer, aparecer, centrar, descentrar, figurar, desfigurar, categorías que parecen caracterizar las condiciones de la  política en nuestro mundo contemporáneo y con las que tenemos que lidiar de alguna manera como sociedades, como individuos.

Pero también en el caso de la mirada satelital,  como GPS y Google Earth, tenemos la necesidad de interactuar a través de la relación presencial, con la comprobación empírica directa, la observación física. En estos días se está aplicando por primera vez un sistema de valoración predial en la Ciudad de México a partir de tomas fotográficas satelitales, la foto de nuestra propia vivienda llega a la casa con el consiguiente aumento de predial. El gobierno ha tenido que abrir muchas ventanillas de reclamación además de crear un ejército de verificadores para visitar las viviendas con el fin de comprobar si lo visto desde arriba es o no correcto. La fotografía no puede decir exactamente cuántos metros cuadrados hay construidos en una casa de tres plantas y menos en un edificio de diez pisos —como tampoco puede decir exactamente la manera en que es habitada, o la forma en que interactúan sus habitantes en ella o en la ciudad— hay muchos modos de ocultar lo construido —lo sabemos desde la guerrilla de los años 70, y hoy es mucho más sofisticado— no sabemos cuántos submarinos de Estados Unidos, Rusia o China están circulando por el mundo, muchas cosas están sucediendo por abajo del agua, por debajo de la tierra o por abajo de los techos, y esas otras percepciones, experiencias de interacción concreta, son las que permiten construir hermenéuticas más finas y no simples verificaciones cuantitativas.

Por lo que hemos hablando es claro que el horizonte virtual requiere del horizonte factual, ya no podemos pensar una separación, una dislocación total de ambos horizontes, sin embargo, las redes sociales parecen generar formas nuevas frente a las modalidades clásicas, factuales, de interacción, de percepción de la otredad, de concepción de la comunidad ¿Considera que las redes sociales constituyen formas nuevas de socialización? Si es así, ¿en qué sentido lo son?

Las redes sociales son radicalmente nuevas abriendo una expansión de la interacción nunca antes vista, hay una apertura hacia muchas maneras de ver, de percibir, hacia solidaridades generacionales muy transnacionalizadas que hacen que los hábitos culturales de jóvenes de 15 años de México se parezcan más a los de jóvenes de otros países que a los de adultos de la propia familia,  sin embargo, no podemos caer en la facilidad de decir ahora todo es pura desterritorialización. Las redes sociales han recompuesto radicalmente la posibilidad de comunicarnos pero están muy concentradas y son ejercidas con poder —en algunos casos, un poder más abierto como el de Facebook; en otros, un poder más concentrado, más vertical como el de Google—, que puede eliminar sitios de la red, personas, conflictos o llegar a acuerdos con gobiernos específicos, sea para hacer negocios o para subsistir. Los nuevos juegos de poder que las redes han vuelto factibles también van acompañados de conflictos  nuevos —se debe cuidar una vez más del viejo romanticismo del siglo XIX que resucita bajo formas de espontaneismo, de comunión universal, en estas nuevas redes—. Las redes son magníficas, dan posibilidades inexploradas hasta ahora, pero también generan conflictos nuevos y obligan a repensar interrogantes como las planteadas aquí: qué es la propiedad intelectual, qué es lo mío, qué es lo de la comunidad, qué es lo público, qué es lo que necesitamos compartir para ser sociedad.      

 

 

Nota:

Dr. Néstor García Canclini. Antropólogo y crítico de la cultura. Doctor en Filosofía por la Universidad de París y uno de los intelectuales más sobresalientes de Latinoamérica. Autor de "Culturas híbridas", “La globalización imaginada” y “consumidores y ciudadanos” entre otras obras clave para interpretar la cultura en la sociedad contemporánea. Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana y de la Universidad de Stanford.

 

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Versión, Estudios de Comunicación y Política, año 22, No. 33, Abril de 2014, es una publicación semestral Universidad Autónoma Metropolitana, a través de la Unidad Xochimilco, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Educación y Comunicación, Prolongación Canal de Miramontes 3855, Col. Ex-Hacienda San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, C.P. 14387, México, D.F., y Calzada del Hueso 1100, Edificio de Profesores, Primer Piso, Sala 3 (Producción Editorial), Col. Villa Quietud, Delegación Coyoacán, C.P. 04960, México, D.F., Tel. 54837444. Página electrónica de la revista: http://version.xoc.uam.mx y dirección electrónica version@correo.xoc.uam.mx. Editor Responsable: Mtro. Luis Alfredo Razgado Flores. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo del Título No. 04-2012-120616373200-203, e ISSN 2007-5758, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Mtro. Marco Diego Vargas Ugalde, Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco. Calzada del Hueso No. 1100 Colonia Villaquietud, Coyoacán. C.P. 04960. México D.F. División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Educación y Comunicación, fecha de última modificación: 11 de junio de 2014. Tamaño del archivo 21 MB.

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